lunes, 11 de octubre de 2010

No te vayas...

Corría por los pasillos todo lo deprisa que podía. Giraba y torcía las esquinas casi derrapando. Tenía que darme prisa si quería llegar. No podía pararme.

Quería comprobar que seguía allí. De todas formas, me lo había prometido. Pero tenía que llegar cuanto antes.

Solo se oía el golpeteo de mis pies contra el suelo y los alocados latidos de mi corazón. Corría casi de forma auntomática, pues apenas veía por dónde iba.

Únicamente tenía en la cabeza esa imagen. Nada más.

Parecía que el camino era larguísimo. Daba la sensación que no se acababa, de que tenía que correr durante mucho tiempo. Tanto que no me daría tiempo a llegar. ¿Volvería a ver aquellos ojos tan azules?

Pasó por mi cabeza aquella conversación que tuvimos.

- Amy, mi Amy... -susurraba Jeremy-

Me acerqué y me abacé a él con todas mis fuerzas, como si así pudiera retenerlo conmigo para siempre.

Pasó una mano por mis hombros y apoyó su cabeza en la mía.
- No quiero que te vayas -sollocé.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Había prometido que no iba a llorar. Tal vez igual que él.
Pero le quería demasiado, y no pude contenerme. Lloré.
Jeremy sonrió a pesar de todo. Pero fué una sonrisa forzada. En realidad estaba tan triste como yo.
- Yo tampoco quiero. Pero no me iré del todo si tu no quieres. Sabes que yo siempre estaré aquí contigo.
No era lo mismo. Quise decírselo, pero no me salieron palabras.
Jeremy intentó incorporarse. Me prometió que no se marcharía hasta la noche, cuando la columna de luz tocase la cueva. Me agarré a él con más fuerza.
- Amy...

-¡No quiero que te vayas! ¡Quiero estar contigo! -casi grité.
Jeremy me abrazó y me susurró palabras tranquilizadoras al oído:
-Yo también quiero eso. No sabes cuánto. Demasiado. Eres lo que más quiero en el mundo. Pero sabes que no puede ser así.

No fui capaz de contestar nada. No sé cúanto tiempo pasamos así, pero me quedé dormida.
Volví a la realidad cuando recordé cómo me despertaba la luz de la mañana, a penas unos minutos antes de que empezase a correr desenfrenadamente. Ya estaba llegando, solo un esfuerzo más...
Abrí la puerta con un gran estruendo y entré a la habitación precipitadamente.
No había nadie.

¿Entonces había llegado tarde? ¿De verdad no volvería a verle? No podría vivir con ello.

Destrozada, me tumbé en la cama y comencé a llorar...

Pero, después de esperar tanto tiempo y de agotarse mis esperanzas, llegué a ver unos ojos azules. Muy azules...

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Este ya le había puesto en el blog, tal vez lo hayáis leído.
Este relato es el único que aún no tengo en papel. A ver si un día lo paso...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los ojos azules seguirán ahí, para que tú los veas.

Erga dijo...

*0* que chulísimo! voy a ver si has hecho continuación por ahí adelante...
besitos ^^