lunes, 11 de octubre de 2010

Mi última canción

Ese día concretamente cambió mi vida. Porque fue el día en el que hice una promesa.

Ese fue el día en el que prometí que nunca volvería a tocar. Guardé las partituras en un cajón. Muy hondo, muy abajo. Prometí que no volvería a tocar.

Prometí que no volvería a componer canciones. No compondría nunca más canciones sobre el amor, porque no existe. Y nunca, es mucho tiempo. Tal vez demasiado.

Las pálidas teclas de mi piano se volvieron de un color marfil. Las hojas de mi cuaderno se cubrieron de polvo, y la tinta de mi bolígrafo se secó.

Ya no prestaba atención al enorme instrumento que ocupaba medio estudio. Tampoco al pequeño cuaderno donde había escrito tantas palabras que me salían sin pensarlo. No había vuelto a deslizar el bolígrafo azul por las páginas de la libreta.

Lo habría tirado a la basura, pero ni siquiera quería mirar a aquel rincón donde descansaba lo que era parte de mí y de mi vida.

Porque eso era la música. Era una parte de mí misma. Era mi vida. Algo de lo que no podía desprenderme así como así. Pero yo, aún sabiéndolo, lo había intentado. Y por ahora, me estaba funcionando.
Lo había conseguido. Hasta aquel día.

1 comentario:

mj dijo...

Te sigo leyendo. Sigue escribiendo.